Final mejor que principio

Cuando se ha hecho un buen trabajo con uno mismo, el final de la vida debería ser mejor que el principio. Parece que hablemos al revés, ¿no? No obstante, esta tendría que ser la manera correcta de plantear el envejecimiento: no como una fea degeneración, sino como un llegar a buen puerto tras una travesía satisfactoria a pesar de los vientos desfavorables. Aunque se nos haya desgarrado alguna vela y regresemos con diversas piezas rotas, el viaje ha valido la pena porque nos ha transformado en personas adultas maduras, expertas (más sabias) y felices. En ausencia de enfermedad incapacitante la jubilación debería ser un buen momento para empezar a recoger los frutos de épocas pasadas, de todos aquellos años en que nos hemos hecho preguntas (quiénes somos, qué hacemos aquí) y hemos encontrado respuestas; de todas aquellas noches en blanco intentando resolver las dificultades que plantea la relación con los demás; de décadas de incertidumbre sobre nuestra persona, a ve...