Final mejor que principio

En ausencia de enfermedad incapacitante la
jubilación debería ser un buen momento para empezar a recoger los frutos de
épocas pasadas, de todos aquellos años en que nos hemos hecho preguntas
(quiénes somos, qué hacemos aquí) y hemos encontrado respuestas; de todas
aquellas noches en blanco intentando resolver las dificultades que plantea la
relación con los demás; de décadas de incertidumbre sobre nuestra persona, a
veces tan cercana y otras tan incomprensible. Cuando a lo largo de la
existencia nos han preocupado estos asuntos y los hemos resuelto desde la
sinceridad y la lucidez, es obvio que ha llegado la hora de disfrutar y olvidar
los quebraderos de cabeza de antaño. Nos lo merecemos; nos lo hemos ganado.
Debemos hacerlo.
Es triste que, por el simple hecho de
mirarnos al espejo y encontrarnos poco agraciados, de padecer enfermedades que
no matan y (sobre todo) de echar de menos pequeñas y grandes victorias, nos
anclemos en un pasado sin retorno y ninguneemos un presente que aún tiene mucho
que ofrecer si lo gestionamos bien, cada cual según sus posibilidades
personales (iba a añadir “y económicas”, pero no me parece que tenga eso nada
que ver, al menos dentro de unos límites).
Apostemos pues por el pensamiento positivo y
valoremos lo que cada etapa de la vida nos aporta. No veamos la vejez como un
horror que se acerca y del que debemos huir cueste lo que cueste. El futuro que
nos espera a los ya mayores no es peor, sino diferente. Por supuesto que habrá
problemas (médicos, entre otros), pero los sabremos afrontar con la serenidad y
el “savoir faire” que nos caracteriza. La vejez, si queremos, puede ser una de
las mejores épocas de nuestra vida.
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Breve y conciso. Gracias.