El paciente número veinte

Un hombre de mi edad (60) no occidental entra gritando en mi consulta. Es el último paciente de mi listado de ecografías y de toda la tarde. Primera impresión: no pillo lo que dice; habla un castellano ininteligible. Sí que capto que está enfadado conmigo. Le miro; no recuerdo haberlo visitado antes. Mientras mi auxiliar intenta calmarle (sin éxito), reviso su historial y me tranquilizo: no he metido la pata en nada. Le hice una ecografía tres meses atrás y, al parecer, no ha quedado satisfecho con el resultado de “sin alteraciones significativas”. Le pido tranquilidad y pregunto qué le pasa. Gritos. Gestos amenazantes. Consigo colocarle sobre la camilla para iniciar la prueba. No para de moverse con lo cual el estudio no es válido. Nerviosa, alterada y harta de oírle, le mando vestir. Tardamos otros cinco minutos en librarnos de él. Situaciones parecidas se dan todos los días. Los médicos debemos aguantar todo tipo de impertinencias y agresiones –yo i...