Desde el
origen de los tiempos el hombre ha marcado las pautas sexuales, y no es por
casualidad. Según la biología evolutiva, el macho siente la necesidad, a lo
largo de la vida, de compartir sus genes (el semen) con tantas hembras como le
sea posible. Esto y mucho más nos lo explica Ambrosio
García Leal (asesor científico del Cosmocaixa de Barcelona) en un estudio sobre sexualidad: La conjura de los machos, una obra
fascinante que descubre y explica, entre otros, el porqué de los
comportamientos sexuales. También Catherine
Vidal (directora de investigaciones del “Institut Pasteur” de París) se ha
dedicado al tema, desde otro punto de vista. Opina que, aunque existen diferencias
entre las zonas cerebrales que controlan la reproducción y que son específicas
para cada sexo, si se estudian las zonas cognitivas (razonamiento, memoria,
atención, lenguaje), la diversidad es la norma. El hombre y la mujer tienen cerebros distintos, de la misma manera que no existen dos
cerebros iguales entre individuos del mismo sexo. Resumiendo: hay enormes
diferencias cerebrales entre individuos, pero no están ligadas al sexo. El motivo
es que los circuitos neuronales se van construyendo según la historia de cada
persona, o sea que no tiene sentido crear estereotipos ligados al sexo. Así, afirma
la neurobióloga francesa, es demasiado simplista atribuir la agresividad y la
competencia a la testosterona masculina y la sensibilidad y sociabilidad a los
estrógenos femeninos.
El que el
hombre sienta la necesidad biológica de prodigar su semen tiene muchas
consecuencias sociales. Pondremos solo dos ejemplos. En muchos lugares del
planeta, la parte estable de la sociedad corre a cargo de la mujer, porque el
hombre va y viene por trabajo, y es ella quien cuida de la descendencia
educándola y protegiéndola. Los miembros de la Iglesia Mormónica, una rama del cristianismo,
tienen una serie de peculiaridades que vienen al caso: la mujer sirve para ser
esposa y madre (el número perfecto de hijos es de 6). En el mercado de las
citas, el hombre tiene el poder; las mujeres mormonas son adictas a la cirugía
estética porque los hombres se muestran muy exigentes en cuanto al físico (de
ellas, claro); consideran además que el sexo oral no es sexo. ¿A quién perjudica más todo eso? A la mujer, por supuesto.
(foto de foter.com, @moralee)
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