Fingir orgasmos

Orgasmo y clímax son dos palabras de raíz griega para definir una descarga de tensión sexual en forma de placer. Esta se produce por contracciones musculares rítmicas en la región pélvica, controladas por el sistema nervioso involuntario, y asociadas a otras contracciones en el cuerpo y a la liberación de endorfinas y neurohormonas relajantes. Los hombres suelen alcanzarlo fácilmente por estimulación física del pene o de la próstata, aunque puede ocurrir que eyaculen sin haber llegado o incluso que tengan un orgasmo sin eyaculación (se requiere entreno desde la pre adolescencia). Para no alargarnos, propongo que nos centremos en la mujer.
    La mayoría requiere estimulación directa sobre el clítoris, aunque puede ser suficiente una estimulación indirecta del mismo por penetración vaginal, que proporcionará además una agradable sensación de cercanía con el compañero sexual. Algunas áreas de la vagina son sensitivas, pero sus terminaciones nerviosas son escasas en comparación con las del clítoris, aunque en la zona de la esponja uretral se encuentra el controvertido Punto Gräfenberg, que podría provocar fuertes orgasmos y eyaculación. Sin embargo y a pesar de las diversas formas que tiene la mujer de alcanzar el clímax, solamente un tercio de las sexualmente activas llega a él con regularidad. No nos centraremos en posibles causas médicas de la anorgasmia, como la ingesta de ciertos medicamentos, las enfermedades crónicas o las intervenciones quirúrgicas previas, responsables solo del 5% de los casos. El 95% restante se debe a factores psicológicos tales como traumas sexuales, ansiedad, depresión o mitos sobre la sexualidad, sin olvidar las enseñanzas y represiones religiosas.
    Aunque la mujer no sufra enfermedades y tenga la mente abierta, no suele alcanzar el clímax en todas y cada una de sus relaciones; puede ocurrir que aquel día no esté bien predispuesta o que no haya recibido suficientes estímulos por parte de su pareja. Un motivo frecuente es que, al ser el hombre más rápido y ella, más lenta, él alcanza el orgasmo antes y se relaja, olvidándose de su compañera. Pero si él retoma la actividad, deberá ser rápido y no dejar que la mujer se enfríe demasiado para no tener que empezar todo el trabajo de nuevo. Ella necesita una actividad de ritmo lento, constante y creciente.
    La anorgasmia, los tabús sexuales, las parejas impuestas, egoístas o inexpertas y la falta de comunicación han contribuido a que mujeres de todas las épocas hayan fingido orgasmos. El fingimiento ocasional, como la mayoría de situaciones que se dan puntualmente, es irrelevante. Su significado, en una mujer que suele gozar del sexo, sería algo así: “hoy no me apetecía mucho, pero si ayudé a que él lo pasara bien, ya me vale”, “no consigo centrarme, haré lo mínimo”, “cuanto antes acabemos, mejor”…
    Cuando fingir es la norma, existe un problema de dos que debería hablarse abiertamente, algo a veces difícil en sociedades que no han tratado el tema sexual con la debida naturalidad. Los condicionamientos socio-culturales representan todavía una carga demasiado pesada y muchas son las que, simplemente, se han resignado. Incluso algunas le han negado el disfrute al cuerpo porque creen que no gozar va ligado a su condición de hembra. Otras, por motivos varios, hace años que han perdido el interés por una actividad pesada, de la que no sacan provecho; y su pareja se ha cansado de insistir y se ha buscado a otra.
    Un enfoque correcto sería, en cambio, que hombre y mujer vieran el orgasmo como un derecho al cual ningún ser humano debería renunciar. Y que actuaran en consecuencia.



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